miércoles, 15 de septiembre de 2010

REFLEXIONES ACERCA DEL IMAGINARIO LATINOAMERICANO




EL IMAGINARIO LATINOAMERICANO
Mesa redonda dirigida por:
Rocío Durán-Barba,
con la participación de:
Silvia Costanzo, Duván López,
Isabel Soto, Luís Mizón




REFLEXIONES ACERCA
DEL IMAGINARIO LATINOAMERICANO
Silvia Costanzo

Cuando Rocío Durán-Barba me hizo el honor de invitarme al difícil ejercicio de sintetizar en una presentación de diez minutos el vasto tema del imaginario latinoamericano, en ocasión del bicentenario de las independencias, me dije que un elemento clave de este imaginario, somos, desde siempre, nosotros mismos. Es decir la imagen que tenemos de nosotros, la manera en que respondemos a la pregunta "¿quién soy ?" En efecto, las interrogaciones esenciales que jalonaron la historia de nuestro continente han estado marcadas por una reflexión y una búsqueda permanentes sobre la identidad. De ninguna manera, sin embargo, en su concepción reductora, limitada y unidimensional sino mas bien sobre el reconocimiento de una identidad múltiple, marcada por el mestizaje, pero capaz de preservar características propias y de resistir a las tentativas de homogeneización.
América "latina" es un lugar de utopías y de paradojas. Una tierra que fue soñada e imaginada antes de ser "descubierta" por los europeos a fines del siglo XV. ¿Cómo evocar en efecto un "descubrimiento" en 1492 cuando los hombres y mujeres que la poblaron de norte a sur habían llegado en oleadas sucesivas desde hacía más de 30.000 años, según lo afirman las investigaciones más recientes ? Instalados en todas las comarcas, aún las menos hospitalarias, ellos supieron crear relaciones armoniosas con su medio ambiente y descubrir los tesoros que la naturaleza podía ofrecerles, muchos de los cuales son aún ignorados por la farmacopea occidental.
En el momento a la vez maravilloso y trágico de la llegada de un puñado de españoles que iban a transformar el mundo conocido, que iban a "clausurar el mundo" ( ya que se trató, en efecto de lo que podemos llamar una "primera mundialización") dos universos míticos de extremada riqueza y complejidad se "confundieron" y se "reconocieron". Hubo en efecto un juego de reflejos equívocos por el cual cada uno fue para el otro una figura de su propio universo imaginario.
Los Aztecas esperaban el regreso de uno de sus dioses, Quetzalcoatl, quien según una antigua profecía debía volver desde el este hacia donde se había marchado. Cortez fue "reconocido" como ese dios que volvía y supo muy hábilmente explotar el mito de ese retorno anunciado. En un discurso tristemente célebre el emperador Moctezuma le cede su trono, sin oponer resistencia alguna. No será sino más tarde que los invasores serán identificados con "el diablo" del cual ellos mismos veían por doquier los signos. Pero la suerte ya estará echada.

Aún en nuestros días, una percepción errónea tanto de los otros como de sí mismo es moneda corriente en las relaciones entre Europa y América Latina : las imágenes recíprocas reflejan a menudo los estereotipos que zapan las relaciones sociales, políticas y culturales.
Cristóbal Colón, por su parte, aún cuando no pueda ignorarse el ansia de riquezas que justificó sus viajes, había partido, por cierto, a la búsqueda de otra ruta hacia las Indias fabulosas ( el extremo oriente en aquella época) pero también del paraíso terrenal, que creyó reconocer en esas tierras sorprendentes y desmesuradas, habitadas por una "nueva humanidad". ¿Pero eran verdaderamente "hombres"? ¿Lo éramos? La famosa controversia de Valladolid opuso a los partidarios de la imagen de un "otro" monstruoso, idólatra y bárbaro, merecedor de la esclavitud a la que se lo quería someter, y a quienes sustentaban una visión idílica del "buen salvaje", adornado de todas y cada una de las virtudes del buen cristiano : "dulzura, humildad, pobreza…"
Esta era la posición de uno de los más ardientes defensores de la causa de los indígenas, Bartolomé de las Casas. Al reconocer, casi 60 años después de la llegada de Colón, que efectivamente esos seres tenían un alma, se abrió, de manera paradójica, la puerta de una era trágica: la que llevó por la fuerza hacia las Américas a millones de hombres de otro continente, arrancados de su Africa natal, al ser juzgados más aptos para la esclavitud.
El tercer componente de nuestra identidad se había así integrado al paisaje. Esas tierras serían por lo tanto “africanas”, como lo afirma Carlos Fuentes al igual que “indias” e “ibéricas” antes de ser designadas “latinas”.
Doscientos años después de las independencias y de la constitución de las repúblicas, parece oportuno recordar algunos datos esenciales.
El hecho, por ejemplo, de que un buen número de elementos constitutivos de nuestra identidad, en tanto que área cultural provienen del exterior. Esto ha sido, de manera paradójica, simultáneamente un problema y una suerte.
En primer lugar nuestro nombre. Ese nombre de “América”, inventado en un pueblito de Francia en reconocimiento a Américo Vespucio, quien fue el primero en afirmar que se trataba de un nuevo mundo (¡toda América debería en realidad llamarse Colombia!).
En tal caso, el simple hecho de tener un nombre otorgó una ficción o una ilusión de unidad a ese territorio inmenso, en el que se habían desarrollado grandes civilizaciones, con una tecnología sofisticada, al lado de tribus dispersas que vivían de la caza y de la pesca.
América no era en modo alguno un territorio unificado antes de la llegada de los españoles. Las etnias más diversas hablaban cientos de lenguas diferentes. Y esto sigue siendo el caso, aun en nuestro días.
Fue por lo tanto la mirada del otro, aunque haya sido una mirada reductora, la que nos permitió construir un sueño de unidad y acceder a un lenguaje común, más allá de nuestras diferencias, para poder nombrar el mundo y pensarnos a nosotros mismos. Como lo dijera muy poéticamente Pablo Neruda: “Se lo llevaron todo, nos lo dejaron todo : nos dejaron las palabras”.
Si damos un salto en el tiempo para llegar a otro momento clave de nuestra historia, será nuevamente Francia quien ha de jugar un rol de “creadora de identidad”, en el momento en que los estrategas militares de Napoleón III le sugieren la denominación de “latina” para una América en la cual forjaban un “sueño mejicano” por intermedio de Maximiliano de Austria. Lo que no fue en sus comienzos sino un término elegido para defender la posición de una Francia imperial, que perdía su influencia en el continente ante la avanzada de españoles y portugueses, se transformará progresivamente en un componente esencial de nuestra identidad. Ya que nos imaginaremos “latinos” aunque enriquecidos, casi a pesar nuestro, por los aportes indígenas y africanos.
Así como hemos sabido hacer fructificar las ideas venidas de otras tierras, las que trasplantadas en nuestro suelo fértil alcanzarán nuevas dimensiones.
Es el caso de la república. Una de las contribuciones más importantes que las Américas han dado al mundo –inspirada en los ideales de la revolución francesa– es en efecto esta forma republicana: sueño de independencia, de justicia, de equidad, de defensa del bien común, de una ciudadanía sin exclusiones. Mucho antes que Europa, América Latina supo dotarse de instituciones políticas modernas e instaurar una tradición de voto que ha perdurado incluso, a veces, bajo gobiernos dictatoriales.
No olvidemos que una de las primeras repúblicas del mundo fue una república negra. El caso de Haití, que es tristemente célebre en nuestros días a causa de terribles catástrofes naturales, no debe ocultar el hecho de que éste es un país emblemático, que resume los conflictos y dramas de los diferentes proyectos colonizadores, pero también la fuerza movilizadota de una visión forjada por los más humildes.
Colón la bautizó “Hispaniola” en diciembre de 1492. Los pueblos de cultura Arawak, Caribes y Taínos que allí vivían antes de la llegada de los españoles rehusaron trabajar en las minas de oro y fueron por lo tanto masacrados o sometidos a la esclavitud. Las enfermedades infecciosas que introdujeron los europeos, para las que no tenían anticuerpos, hicieron terribles estragos. Los malos tratos, la desnutrición y la caída de la natalidad hicieron el resto: la población indígena fue totalmente exterminada en el lapso de unas pocas décadas.
La trata de esclavos fue autorizada a partir de 1517. En 1804, después de encarnizadas batallas y de una feroz represión, los antiguos esclavos, después de luchar contra los españoles y los ingleses que amenazaban la colonia, lograron proclamar la independencia contra las tropas de Bonaparte.
Haití es el primer país del mundo que se constituyó a partir de la abolición de la esclavitud. Su proyecto republicano era un proyecto integrador que, a diferencia de muchos otros, no excluía a ningún sector de la población.

Quinientos años después, en este comienzo del tercer milenario, aún nos encontramos persiguiendo nuestros ideales y buscando maneras imaginativas de vencer los múltiples obstáculos que debemos enfrentar.
Las vías del imaginario también nos acompañan en esta difícil tarea. América Latina ha sabido, en efecto, aportar a la cultura universal una literatura y una poesía ancladas en nuestra tierra y en nuestra historia y a la vez reflejo veraz de la condición humana.
Esta literatura nos invita a explorar los grandes temas mitológicos que abordan las interrogaciones esenciales de nuestro universo imaginario y que encuentran eco en todas las problemáticas contemporáneas.
Elijamos tres ejes. En primer lugar el espacio y sus grandes temas: el "centro del mundo" que es una de las obsesiones de nuestros imaginarios colectivos, desde el imperio incaico –Cuzco, que era la capital, significa literalmente "ombligo del mundo"– hasta la Argentina contemporánea, que continúa contra todas las evidencias, a verse y a concebirse como el centro ; la "matriz creadora de todo lo que existe", los grandes espacios originarios, tierras desmesuradas en las que esconden aún fabulosas riquezas, a pesar de siglos de dilapidación; la búsqueda de la "tierra sin mal", ese lugar paradisíaco que empujó a los pueblos de las etnias Arawak desde América central y el Caribe hasta la Argentina. Esa Argentina en la que los españoles, buscando a su vez, incansablemente, "Eldorado", llamaron "Río de la Plata" al inmenso río que nunca los llevó hacia minas fabulosas.
Refiriéndose a la Argentina, Jorge Luis Borges dijo : "afortunadamente no somos los herederos de una única tradición. Podemos reivindicarlas todas". Venimos de todas partes y nuestra cultura tiene fuentes múltiples. La pequeña y pobre aldea que en 1810 comenzó el movimiento que iba a llevar a la independencia, soñó siempre con volverse una gran ciudad, en la que todos los pueblos pudieran darse cita. Y esta ciudad, más que cualquier otra, supo operar una síntesis, al atraer hacia ella millones de hombres y mujeres que huían de sus patrias eligiendo el camino del exilio, y al transformarlos en lo que somos: seres atravesados por la nostalgia de otros lugares. Es esta nostalgia la que con tanta fuerza transmite la melancolía del tango, una música que es la síntesis de innumerables mestizajes, nacida en las barriadas más pobres y que supo conquistar el mundo.
Luego el tiempo. Nuestra América es el lugar por excelencia de la heterocronía, allí donde todos los tiempos se encontraron y en donde están aún presentes, como lo afirma Carlos Fuentes. Allí en donde es preciso sin cesar “recordar el futuro e imaginar el pasado”.
Pero también del “eterno retorno”, para utilizar un término de Mircea Eliade. No olvidemos que esta concepción cíclica de la existencia implica la responsabilidad humana en la continuidad de la vida y del mundo. El mundo no existiría sin la intervención del hombre: es preciso un esfuerzo permanente, que cada uno cumpla con su “deber ontológico” de “demiurgo creador” para que el sol continúe brillando cada día.
Y por último el viaje. Ya lo hemos dicho: los pueblos indígenas recorrieron el continente de norte a sur, de oeste a este, en un periplo de 30.000 años. Supieron domesticar el espacio. Otros hombres llegaron más tarde, contra su voluntad. La historia fue de una gran violencia. Dicen algunos que nunca se conoció otra igual. De ese encuentro trágico nació, no obstante, una riqueza que podría ser aún mayor que la del oro y la plata tan codiciados. Quiero imaginar hoy el momento en que nuestros pueblos sepan traducir su mestizaje en fuerza y creatividad para asegurar su presencia activa en el mundo, para concretizar sus sueños más creativos, para ayudar a que fructifiquen las esperanzas truncadas de los hombres y mujeres que lucharon hace dos siglos por la independencia: una tierra de paz, abierta a todos, unida más allá de toda frontera, por un sentimiento fraterno.
Como le decía a menudo mi gran amigo Osvaldo Alvarez Guerrero, América Latina se construyó sobre un imperativo ético y político, un deber-ser, un devenir que integra una lucha permanente de los latinoamericanos por su auto-estima. América Latina quiere ser libre, independiente, justa, igualitaria y próspera.
Ojalá pueda este sueño transformarse algún día en realidad.
París, mayo 2010









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