miércoles, 15 de septiembre de 2010

EL IMAGINARIO LATINOAMERICANO


EL IMAGINARIO LATINOAMERICANO
Mesa redonda con:
Silvia Costanzo, Duván López, Rocío Durán-Barba,
Isabel Soto, Luís Mizón




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Encuentro organizado por la
FUNDACIÓN ROCÍO DURÁN-BARBA
en colaboración con la
MAISON DES AMÉRIQUES LATINES EN PARÍS
Mayo, 2010.

La reunión fue un gran éxito gracias a la entusiasta participación de
los personajes invitados:

SILVIA COSTANZO (antropóloga argentina, consultora ante la UNESCO) «Somos seres atravesados por la nostalgia de la distancia: la melancolía del tango...» Verídico.

ISABEL SOTO (psicoanalista uruguaya, escritora, especialista en culturas latino-americanas) «La ingerencia de Francia en el Uruguay...» Genial.

DUVÁN LÓPEZ (pintor colombiano) «Somos hijos de la violencia y el terror...» Un impacto.

LUÍS MIZÓN (poeta, artista chileno) «El imaginario no existe...» Delirante.

Evocamos, además, el tema enviado por EFER AROCHA (escritor, periodista colombiano) «Soy la doncella más amada que ha tenido pacha mama.» Fantástico.

La reunión fue dirigida por ROCÍO DURÁN-BARBA
(escritora ecuatoriana): «América Latina es el imaginario al infinito... El imaginario político: la locura...» ¿Cierto?



LAS OPINIONES Y ARTÍCULOS
SON RESPONSABILIDAD DE CADA UNO DE LOS AUTORES


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EL IMAGINARIO LATINOAMERICANO


2010 es un año lleno de festividades para los Países Latinoamericanos. Países hermanos. Casi todos conmemoramos el Bicentenario de la Independencia a través del mundo. Cada uno con sus personalidades y sus programas. Por esta razón la Fundación Rocío Durán-Barba –creada en el 2009 y dedicada, ante todo, a la difusión de la cultura ecuatoriana–, ha tomado la iniciativa de organizar encuentros de personajes latinoamericanos. Presentar diversas voces del continente. Unidas.

Con este ánimo organizó, el 6 de mayo, 2010, un encuentro sobre el «imaginario latinoamericano». Un tema ideal para debatir en torno a nuestras culturas. Nuestros sueños, ambiciones, angustias... Para evocar algunas páginas que reflejan un continente capaz de maravillar. De transformarse. De debatirse aspirando a indagar caminos para construir el futuro.

Aquella noche nos aguardaba una sorpresa.

En la sala de conferencias se encontraba una instalación artística. A media luz. Contra los muros del fondo. Bajo un reflejo mágico de tono lívido se alzaba una escena: Cajones rústicos bañados en distintos colores. Cada uno servía de marco a una obra plástica. Aquí y allá surgían pequeños envases avejentado-roídos. Unos exhibiendo el verdor de una mini-planta. Otros, el perfume de florcillas... Un conjunto de escenas yuxtapuestas. Coordinadas. Animando el lenguaje de un cierto París mezclado a las líneas de algunos poemas. La creación llevaba la firma de la artista Charlotte Noyelle (1).
Ella fue invitada a participar en el encuentro de modo especial y por esas cosas del azar. Nos habíamos conocido en el Salón del libro de París, del mes de marzo, 2010, en donde ella tenía, posiblemente, el espacio más hermoso. En medio de miles de libros ofrecía una instalación artística levantando otro lenguaje. El de la creación plástica, el de la comunicación espiritual. Otra escritura, se diría. Con una visión personal en torno a París. La ciudad. La grande. Atemperada por el aire de la naturaleza. Un lenguaje en el que enseguida encontré comunicación, ya que parte de mi obra literaria está centrada en París.

La «exposición efímera» que la artista Noyelle presentó en esta reunión responde a la idea de establecer una colaboración entre nosotras. Ya que ella, a su vez, encuentra en mis páginas y poemas correspondencia con sus creaciones. Y esto es singular ya que mi escritura sobre París lleva la marca de mi espíritu marcadamente ecuatoriano. Las obras exhibían algunos poemas de mi libro París, poema azul.

La reunión se desenvolvió, así, en el marco de una instalación artística. Con el fondo de un conjunto de imágenes sobre un cierto París. Nuestro París. El lugar en donde se ha realizado-desbordado nuestro imaginario. El París en donde muchos escritores latinoamericanos han vivido afiebrados, hechizados, maravillados o atrapados por su Historia, sus movimientos e ideas. Por sus excesos, bondades-maldades. Sus prodigios. Por su obsesión revolucionaria. Baste citar algunos nombres entre los más conocidos: Julio Cortázar, para quien París fue «la ciudad-mito del amor». Carlos Fuentes, quien la veía como «el mayor refugio intelectual del mundo». Miguel Ángel Asturias, quien la consideraba «la ciudad en donde se habita de perfil»...
Muchos intelectuales latinoamericanos han vivido y escrito aquí impregnándose de las luces de París. Cierto. Pero más cierto aún: ofreciéndole, con su imaginario, «otras luces».

En este ambiente nos reunimos, el 6 de mayo, 2010, en la sala de conferencias de la Casa de las Américas. Luiz Ferreira, su director, nos dio la bienvenida.

El «imaginario latinoamericano» es un tema sobre el que sería genial hacer un repertorio. Pero es casi imposible. Lo factible es llegar a describirlo. Palpar sus huellas aquí y allá. Visualizar el universo que nos legó –sobre todo en la literatura–. Escuchar su eco, su resonancia.

Nuestra Historia se encuentra tapizada del imaginario.
Y, esto, con una mezcla de humor y atrocidad. Guerras legendarias, creencias y ritos quedaron grabados no solo en la memoria sino en la geografía. Hay lugares que hablan por sí solos. Tal, «Yahuarcocha» en el Ecuador: «Lago de sangre». Según la memoria del pueblo indígena sus aguas habrían quedado teñidas de rojo después de una batalla entre las tribus de los Caranquis y de los Incas. Una masacre. Más de 30.000 muertos. Las aguas del lago habrían recogido los cadáveres.
Durante el período de la Colonia el imaginario escribió capítulos al infinito. En su mayor parte ligados a la esclavitud y ambición aurífera. Historietas de almas trastornadas. Con la intervención de demonios y ángeles. La venta de almas, de riquezas y miserias. La influencia de fantasmas, de duendes y chamanes...
Luego, en la época Republicana, figuras grotescas y el desborde dictatorial ha alimentado el imaginario. Con episodios horrendos. Y su repetición a lo largo del continente.

En este contexto, la evolución de nuestros pueblos ha estado marcada por un imaginario hecho de voces de diferentes orígenes y culturas. Voces que se mezclaron con sus costumbres, creencias, principios, estructuras... De donde se originó otro universo. Uno cargado de fantasías, tanto como de monstruos, irracionalidades, dioses y diablos. En donde coexistieron, al unísono, viniendo de distintas cosmogonías.

Esto explica, en parte, el origen de nuestro imaginario. Cierto. Pero no su fuerza. Ella se construyó con el tiempo. Llegó a ser el instrumento que nos sirvió para ampararnos de todo. Desde del pensamiento filosófico hasta de la conquista del espacio. Desde de las inquietudes de la tradición occidental –que arrancó con los griegos– hasta aquellas de las religiones del África, Asia... Pasando por el espíritu de los románticos, existencialistas, surrealistas y demás.

Nuestro imaginario ha sido capaz de abarcar todo. De construir así una tarima para saltar desde ahí hacia ciudades fantásticas, espacios delirantes, seres descomunales... Para navegar por mares desconocidos. Llegar a playas internas en el centro del mundo que desbordan-gritan desde la ventana de una vivienda inexistente.

¿Incomprensible, diría usted?
¿Demencia?
No. Imaginario latinoamericano, solamente.

Imaginario hecho de trasgresión. Desmesura. De potencia-impotencia. De arrogancia. De construcción-destrucción... Aquel que se refleja en nuestras vidas para demostrar lo que somos: otra cultura. Más aún, otras culturas. Pero que convergen en el imaginario: esto es lo importante. En dicho horizonte nos encontramos sin problema. Un mismo modo de existir, sentir, hablar, de aprehender la realidad y la fantasía nos une. Más aún. Una misma forma de vivir o de evadir la vida. De ver o ignorar el mundo. Una estilo de amar. De sentir. Bailar. Interpretar. De cantar a la existencia. Y esto, por doquier: en cualquier país. En cualquier casa, choza, calle, bar, desfiladero. En cualquier rincón de nuestra geografía.

EL IMAGINARIO POLÍTICO O LA LOCURA

El tema de la reunión me condujo, personalmente, a recordar una de las cumbres del imaginario latinoamericano: El universo político y sus delirios.

Si bien es cierto que estamos muy lejos de haber inventado la figura del dictador, la hemos reproducido a lo largo del continente. Y esto, con el denominador común de la locura. Poder y locura se han conjugado, a menudo, para hundir a los países en el estancamiento. O en la ciénaga del retroceso. En círculos concéntricos progresivos.

El ejercicio del poder político en América latina no solo ha pasado de lo real a lo ficticio. Ha llegado a lo inverosímil(2). Hemos contado con personajes que han superado cualquier ficción novelesca: Dictadores que han sido más bien monstruos. Solitarios. Obsesionados por el amor, el odio. Ilustrados o semi-analfabetos. En los dos casos capaces de fecundar proyectos de horror. Trastornados por el ejercicio del poder desmedido. Instalados en palacios gubernamentales faraónicos, que se suponía estaban destinados a la construcción de sueños, transformados en pantanos en donde proliferaban pesadillas (3).

En el Ecuador, el deliro político ha sido una constante a lo largo de nuestra Historia. En versión original. Felizmente no hemos sido gobernados por dictadores de perfil criminal. Hemos contado con escenas dignas de un manicomio. Baste evocar, a título de ejemplo, a un presidente llamado «el loco» (hemos tenido algunos) quien cantaba y danzaba en un programa de televisión. Acompañado de un conjunto de chicas semi-desnudas. «Con el objeto de divertir al pueblo». Frente a la misma pantalla, se vertía una botella de agua en la cabeza con el objeto de «refrescar sus ideas»...

Mi país ha contado con algunos dirigentes políticos que han encarnado este tipo de locura. La mayor parte inspirados, con obsesión, en nuestro gran personaje histórico: José María Velasco Ibarra. Ídolo del pueblo. Llamado, justamente, «El Loco». Loco particular: filósofo, intelectual, honesto. Y, sobre todo, revolucionario. Parecía pensar que con unos centavos que sacaba de su bolsillo para obsequiar a un miserable hacía la revolución. Vivía convencido de que era el «salvador del pueblo». El pueblo lo creía, además. Violento. Irrazonable. Inepto al diálogo. Un Quijote. Cancelaba sus ministros y colaboradores a día seguido. Al mismo tiempo, mantenía ceguera total frente a los que saqueaban al país y explotaban al pueblo. ¿Prefería ignorar aquello?

Velasco Ibarra fue el maestro del populismo. De un populismo digno del imaginario. Era capaz de mantener delirando al pueblo. En estado de hipnosis. Durante horas enteras bajo el peso de su palabra. Bajo la magia de sus discursos intelectuales que el pueblo apenas entendía... Fascinado por Francia, sus filósofos y su Revolución legendaria. Fue un francófilo decidido. Cinco veces presidente. Otras tantas dictador. Vivió la mayor parte de su vida exilado en Argentina.

Velasco Ibarra marcó la Historia del Ecuador durante más de cincuenta años. E inyectó el germen de la locura. Fue un personaje novelesco. A tal punto, que un día decidí escribir una novela en la cual él es el protagonista. Una sátira política sobre el ejercicio del poder en el Ecuador: El loco o todos enloquecimos. Sus páginas se basan en la Historia del Ecuador a través del siglo XX. Y, debo confesar que, si bien me ha valido mucho elogio también me ha significado algunos enemigos... Es el precio de escribir sobre política aunque se trate de una novela que, por definición, es más bien una ficción literaria.

EL IMAGINARIO AL INFINITO...

Las intervenciones de mis invitados me llevan a afirmar que el imaginario latinoamericano ha construido puentes. Entre la literatura y la política. Entre el arte de escribir y la Historia. Entre la vida de los pueblos y la fantasía. La fantasía ancestral y la nueva. La que se renueva. La de ahora.

El imaginario latinoamericano se ha levantado, además, con los europeos y desde el otro lado del océano. No en vano incursionaron en nuestro continente. A veces para analizarlo. Otras, para instalarse. En los dos casos lo interpretaron. Plasmaron sus versiones. Y, esto, hasta inventarnos. Hasta tratar de explicar lo inexplicable: «quién es el latinoamericano». De ahí que los Andes monumentales, las selvas infranqueables, los ríos-mar, las pampas ilimitadas, los paisajes que desde siempre llevaban el germen del imaginario hayan profundizado su misterio. De ahí que las visiones fantásticas hayan espumado a través del océano. Pero, en realidad, nuestros países son diferentes. Inclusive muy diferentes, aunque se encuentren geográficamente cerca. No podemos afirmar que somos una sola cultura ni que siempre nos entendemos. No. No siempre podemos departir de igual a igual en campos como el científico, tecnológico u otros... Pero en el plano del imaginario, sí. Este es la excepción. Estoy convencida.

Nuestro imaginario es un fenómeno similar o idéntico. Nos aúna. En ese plano nos comunicamos. Nos entendemos. Tenemos una visión común de la realidad-irrealidad. No es raro reencontrarnos en los contextos político, económico y social en base al imaginario. Nuestras ideas, sueños y delirios convergen en una cierta literatura. Aquello que se entiende como «realismo mágico» no es, en verdad, sino un conjunto de expresiones de la vida cotidiana a lo largo del continente. De la vida instalada ahí. En el aire. En todas partes.

Partimos de un mismo imaginario y volvemos a él.

Nosotros, los latinoamericanos, somos productores y producto de nuestro imaginario. Es en este campo en donde tenemos una gran riqueza común, fuerza especial. Es en esta área en la que hemos logrado el triunfo del lenguaje. En este plano, en el que somos mejores; tal vez, hasta invencibles.

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Notas:

(1) Charlotte Noyelle es especialista «en la fotografía del escrito del paisaje urbano europeo». Escenógrafa-plástica. Maquetista de la publicación Que Choisir ? Organizó el primer Salón «Arte y Consumo». Fue fotógrafa de la Misión Nacional del Bicentenario de la Revolución Francesa...
(2) García Márquez insiste sobre este punto en algunas entrevistas. Según él «con los dictadores del Caribe el poder ha llegado a formas absolutamente fantásticas y del todo inconcebibles (...). Se trata de una colección de déspotas ilustrados o no-ilustrados cuya erudición se traduce en tortura, en todos los recursos y la crueldad para imponer el terror».
(3) Basta citar entre los títulos más conocidos : El otoño del patriarca de García Márquez, Yo el supremo, de Roa Bastos, El reino de este mundo de Alejo Carpentier, La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa...


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